jueves, 16 de agosto de 2007

Hoy se cumple 30 años de la muerte de Elvis Presley

Awopbopaloobopalopbamboom. Esa palabra no tiene ningún significado, pero transmite una copiosa carga connotativa y, con el perdón de Little Richard, fue el gran Elvis Presley quien la colocó en el inconsciente de las masas como un hipnótico arrebato de sus caderas. Hoy se cumplen 30 años de la muerte del artista más importante de la historia de la música pop y el mundo se dispone a conmemorar con aparatoso entusiasmo tan magno acontecimiento.

Pero, más allá del eficiente despliegue de mercadotecnia --que, de manera muy significativa, ha transformado a Elvis en el artista muerto más redituable del planeta-- y los miles de peregrinos que han venido invadiendo las proximidades de Graceland en los últimos días, sería importante que por un momento desviáramos nuestra mirada del mito, nos abstrajéramos de todos los clichés que proyecta el tragicómico sino del Rey y reparáramos en lo único que debería importar: el incontrastable, monumental, mágico legado que dejó Presley tras su muerte, el 16 de agosto de 1977.

Porque todo lo demás ya lo sabemos: que sus últimos años transcurrieron en la penosa agonía de saberse ya irrelevante, que Elvis se volvió adicto a las pastillas y la comida, que el exilio dorado de Las Vegas fue muy parecido a morir de a pocos y que hasta ahora hay insensatos que afirman que el Rey nunca murió, que la historia de su fallecimiento fue nada más que un montaje destinado a garantizarle una madurez lejos del ojo público. Hoy se cumplen 30 años de la muerte de Elvis y no hay nada nuevo que decir. Pero sí mucho que volver a descubrir: revisitar, por ejemplo, las "Sun Sessions" y percibir cómo el fenómeno del rock and roll se va forjando lenta y sutilmente en nuestros tímpanos; colocar "Elvis Presley" o "Elvis" (ambos de 1956) en el estéreo y sentir que el propio Rey nos sacude el espíritu desde su cripta; ver el DVD de "The 68 Comeback Special" y entender de inmediato por qué nuestras madres y abuelas se derretían por él El Rey vive. Que nadie se atreva a dudarlo.

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